Celia Revilla es la autora de este trabajo:
El clave ha tenido un importante papel en la
música académica europea desde el siglo XVI hasta el XVIII y, después, en el
siglo XX, ya sea como solista, como acompañante o a solo, teniendo su edad
dorada en el Barroco, para después caer en el olvido en el Romanticismo y
resurgir con fuerza en el siglo XX.
El clavicémbalo recuerda por su forma a un
gran piano de concierto, aunque más estrecho.
Las cuerdas de alambre del clavicémbalo se
extienden desde donde se sienta el intérprete.
Su mecanismo básico es el siguiente: en el
extremo de cada tecla hay una pieza de madera que se llama martinete, cuya
parte superior está al mismo nivel de las cuerdas. Sobresaliendo del costado
del martinete y descansando por debajo de las cuerdas hay una púa o plectro. Al
oprimir la tecla se levantan el martinete y el plectro, que pulsa las cuerdas
al pasar, produciendo el sonido. La cuerda se amortigua gracias a un pedacito
de fieltro unido a la parte superior del martinete, dejando de sonar la nota.
El clavicémbalo tiene con frecuencia dos y a
veces hasta tres teclados. Suele poseer más de un grupo o juego de cuerdas,
junto con los martinetes y plectros necesarios para hacerlas funcionar.
Mediante registros o tiradores accionados con la mano o los pedales el intérprete
puede usar el grupo de cuerdas que quiera o combinarlos según los necesite. Con
todo ello se consigue un sonido mucho más fuerte y brillante. De todas maneras no hay variaciones de la
intensidad del sonido, al menos perceptiblemente, según sus teclas se opriman
suave o fuertemente; sólo se consigue un cambio de volumen agregando registros
o acoplándolos. Esta es la razón de que en las obras escritas para clavecín no
encontremos indicaciones dinámicas por parte del compositor.
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